El 13 de septiembre de 1847 es una fecha de triste memoria para la nación mexicana porque marca la entrada triunfal de un ejército invasor a la capital de la República, señalando la derrota final en una guerra injusta y despreocupada.

Pero esa fecha simboliza la gloria de los mexicanos que ofrendaron su vida por la patria. La guerra entre México y los Estados Unidos de América fue formalmente declarada por el presidente de esa nación, James Polo, el 11 de mayo de 1846, mediante un mensaje especial al Congreso Estadounidense que es un prodigio de argumentación falaz, El Congreso Mexicano respondió semanas después mediante un bando más apegado a la realidad, que decía:  “El Gobierno, en uso de la natural defensa de la Nación repelará la agresión que los Estados Unidos de América ha iniciado y sostiene contra la República Mexicana”. 

Porque en efecto, debajo de la guerra injustamente declarada y justificada por los argumentos falaces de Polo, estaba la fiebre expansionista de los Estados Unidos, cuyos dirigentes habían ensayado diversos medios pacíficos y hostiles para apoderarse de los tres territorios que ambicionaban (Texas, Nuevo México y California), y se recurrió a mentiras flagrantes y a amenazas crecientes para provocar una guerra que les permitiera conquistar por la fuerza y la violencia las tierras que de ninguna otra manera serían suyas. 

Pero hubo también una gran parte de responsabilidad del lado mexicano, por la escasa prudencia de los sectores dirigentes, incapaces de atender los grandes problemas que aquejan a una nación de precaria existencia, e ignorantes de los verdaderos alcances y limitaciones de nuestro país; lo que se reflejó en la angustiosa falta de recursos que enfrentaba la guerra, que fue conducida de manera desastrosa. Luego de varias victorias, los invasores, al mando del general Winfield Scout, llegaron al Valle de México y vencieron a nuestras tropas en Padierna y Churubusco. 

Siguió una tregua durante la cual se reunieron los representantes de ambos gobiernos, pero como los comisionados estadounidenses mostraron en las negociaciones que el único y verdadero objetivo de su gobierno era obtener la mitad del territorio mexicano, se rompieron las negociaciones reiniciándose la lucha el 8 de septiembre de 1847. Scout atacó las posiciones mexicanas de Molino del Rey Casamata el 8 de septiembre, tomándolas luego de sufrir grandes pérdidas. Nuestras tropas se replegaron al cercano alcázar de Chapultepec y el general Santa Anna, Presidente de la República y jefe de la defensa, diseminó los restos del ejército en las garitas que protegían las entradas a la ciudad, dejando sólo una pequeña guarnición en el Castillo de Chapultepec, al cual lo defendían menos de mil hombres encabezados por los generales Nicolás Bravo y Mariano Monterde. 

Entre los defensores había algunos cadetes del Colegio Militar, que tenía su sede en el Castillo. El 12 de septiembre la artillería enemiga bombardeó las posiciones mexicanas en el Castillo y Bosque de Chapultepec, haciendo grandes estragos en las defensas y en los soldados que resistieron estoicamente las terribles andanadas. 

El día 13 el enemigo bombardeó Chapultepec con mayor furia que el día anterior y la infantería estadounidense amago un ataque por la calzada Anzures, que engaño por completo al general Santa Anna, quien creyendo que atacarían directamente la ciudad, no reforzó Chapultepec. 

Viendo Scout que su plan surtía efecto y que los mexicanos resistían sus falsos ataques, dirigió el grueso de sus columnas al asalto del cerro de Chapultepec, y al pie de la rampa, apoyadas en su enorme superioridad numérica, destrozaron al Batallón Activo de San Blas, muriendo su jefe, el coronel Felipe Santiago Xicoténcatl y casi todos sus soldados. 

Entonces, los invasores avanzaron con banderas desplegadas hacía el Castillo, a cuyo pie dieron cuenta de nuestros soldados, matándolos o haciéndolos prisioneros. Se creían ya vencedores cuando desde el Castillo les dispararon los últimos defensores de la Bandera Nacional, los jóvenes cadetes del Colegio Militar.

La tradición recogió los nombres de seis de los alumnos que murieron enfrentados al invasor: el subteniente Juan de la Barrera y los cadetes Agustín Melgar, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez y Juan Escutia, quien, según la leyenda, se arrojó al vacío envuelto en el lábaro patrio para evitar que cayera en manos del enemigo. 

En medio del dolor de la terrible derrota, el sacrificio de esos seis jóvenes, a quienes el pueblo con gratitud ha llamado “los Niños Héroes”, fue un aliento para la resurrección de la nación mexicana. Su ejemplo sigue siendo una guía para las nuevas generaciones de mexicanos. En México es día de luto y solemne para toda la Nación. En este día la Bandera se iza a media asta. 

Por José Almánza Director Editorial

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